Laura, mamá de Emma.

La maternidad no es sencilla. Llegamos a ella creyendo saberlo todo y que, en esos 9 meses, (que se supone nos darán chance para prepararnos), vamos a resolverlo todo; pero resulta que en el camino te das cuenta que prácticamente no sabes nada… Porque, así como cada bebé es diferente, cada embarazo también lo es.

La prematuridad te asalta, incluso, cuando hay algún aviso no la esperas, sigues aferrándote a unas horas más, un día más, pidiendo que se conviertan mágicamente en los días, semanas o meses que te faltan.

A mi llegó a las 25 semanas, justo cuando pese a tener un embarazo de alto riesgo, se suponía había pasado lo peor… no era nueva en esto, era mi tercer embarazo y ella también es mi bebé arcoíris.

Mis contracciones empezaron sin que los médicos supieran darles ese nombre, tan débiles que no podían ser, aunque llevaran un patrón de tiempo entre una y otra, que yo registraba cada día de mi internamiento, tratando de hacerlos entender que había algo más en ese extraño dolor que iba y venía como una quemadura en mis anteriores cesáreas.

Cada una de mis compañeras de pre parto tenía una historia diferente, tan distintas, pero juntas en la lucha contra el reloj, esperando sumar días … 25+1, 25+2, 25+3.

Hasta que se maduran pulmones, se rompe la bolsa y sólo te queda esperar que se complete la dosis, rezar, cesárea de emergencia y empiezas la montaña rusa de un camino desconocido y que nunca pensaste transitar.

Emma nació un 10 de marzo de 2016, a las 25 semanas y 6 días, pesó 750 gramos y medía 35 cm, era la bebé más pequeña de la UCIN, y se sumó que estuvo expuesta a una persona con varicela al nacer, por lo cual fue puesta en aislamiento preventivo, pero sin embargo respiraba solita y no requirió intubación inmediata.

Todo pasa tan rápido y es tan violento, que, aunque lo vives, igual te golpea, tu embarazo termina de repente, nada de lo que planeabas sucede y tu bebé está lejos de ti y lo ves a través de un cristal, impotente ante la lucha que la ves llevar cada minuto de esos 106 días que estuvimos internados.

Sin darte cuenta estás en una montaña rusa, pero no sabes cuando te vas a bajar o cómo, vives esperando.

10 gramos más de peso, pero resulta que son 90 gramos menos, los días van pasando y te explican las transfusiones, aprendes términos médicos, bacterias, intubaciones, infecciones, vías, horarios de visita, turnos para sácate leche, 1 kilo, jeringas, compañeras de hospital que se vuelven amigas, lloras, ríes, rezas por ti y por lo demás, confías, resistes y adoptas a los otros bebés y sufres y te alegras por ellos, los ves irse y esperas que sea tu día… llegará…

No creo que seamos súper papás o mamás, hacemos los esfuerzos necesarios por amor, por admiración a una criatura diminuta que lucha y que te enseña a no rendirte, que con cada logro te devuelve la fe.

Estoy aquí porque tengo una hija que nació prematura, y una familia que siempre nos apoyó y nos ayudó en todo el proceso, porque mis condiciones eran favorables, y porque pude ver y vivir la angustia de las familias que no contaban con una red de apoyo, con información, con recursos, por la disparidad de los centros hospitalarios, porque el sistema es 100% enfocado en la madre y se olvida que el papá es igual de importante y también está en duelo, que los hermanitos en casa también necesitan contención, porque a pesar de las cifras de nacimientos prematuros se sigue sin una política integral de atención enfocada en el bebé y su familia, sus cuidados durante el internamiento, después del egreso, condiciones laborales y de seguridad social.

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